La Cecilia: la diferencia de lo posible

Esta semana tuve la maravillosa oportunidad de visitar La Cecilia: Escuela de la nueva cultura, que se encuentra en Santa Fe. A esta escuela la conocí el año pasado por la película La Educación Prohibida, de la cuál participé como co-productor y además organicé varias proyecciones en Paraná, dónde en la última proyección trajimos al director, Germán Doin, y además hicimos un debate posterior dónde lo conocí personalmente a Ginés Del Castillo, quien sería el «rector» de la escuela. Aunque la palabra rector no tenga mucho sentido aquí, ya que la organización es horizontal, sirve como para hacerse una idea de quién es.

El primer día que asistí fue el Martes. El horario arranca a las 8:45hs, así que cerca de esa hora ya estaba cruzando la tranquera de la escuela para ingresar al mundo de lo desconocido y nutrirme de la nueva forma de educar. Que por cierto, ya era hora de que exista 🙂 . Si bien yo conocía como era «la idea» de la escuela, ya que en otras oportunidades había hablado con Ginés y sabía que estaba basada en la libertad (sobre lo que hablo bastante a menudo en mi vida cotidiana), no estaba al tanto de cómo era exactamente. Estaba seguro que luego de cruzar ese portón iba a desear ser niño para volver a la escuela…

Ni bien me bajé del auto, me fui para algo así como la sala de profesores (o administración) en dónde me encontré con Nancy y posteriormente con Ginés. Charlamos un rato mientras se hacía la hora de ingreso y esperábamos el colectivo que trae a un gran caudal de chicos a la escuela. Luego de eso, nos fuimos para «el silencio». El silencio es lo primero que hace al comenzar cada día escolar. Todos los chicos (en realidad, solo los que quieren -ahí es dónde entra a jugar la libertad) entran al SUM descalzos y se sientan en una ronda muy grande y en silencio. El ambiente está ambientado como para que reine la paz. Por ejemplo, no hay colores fuertes en las paredes o cosas que distraigan o llamen la atención. Además, hay calefacción y alfombra como para poder estar tranquilo y relajado durante el tiempo que dure el silencio y así poder reflexionar un momento. Durante el tiempo que dura el silencio, algunos chicos entran y otros salen de forma muy educada, haciendo el menor ruido posible y en orden. No se escucha que hablen entre ellos ni que se molesten hasta que, pasado este tiempo (que creo fueron algo así como 10 minutos) Ginés dice: «Buenos días» y automáticamente se escucha un barullo típico de cualquier lugar con mucha gente. La diferencia entre el silencio absoluto y ese barullo, e incluso la forma instantánea en la que se da, es hermosa.

Luego del silencio, me invitaron a la clase «Mariana» que la da Mariana 🙂 . Así que, asistí a esa clase para ver de qué se trataba. Estábamos en el SUM y éramos aproximadamente 20 o 25 chicos y así y todo me dijeron que era un grupo numeroso ya que en general son menos. Pero esto se había dado porque algunos chicos habían elegido cambiarse de grupos y/o materias y todavía se estaban organizando algunos horarios. Pero bueno ahí estábamos, sentados en ronda y listos para comenzar la clase. Arrancaron presentándose otros chicos que también estaban de visita, Carmen y Nicolás, y luego me tocó mi turno. Inmediatamente después de eso, empezamos a trabajar desde dónde habían quedado la clase pasada que era «El medio ambiente». Charlamos sobre la contaminación, sobre las Termas de Paraná, sobre las Papeleras de Gualeguaychú, sobre experiencias personales en ésta lucha y sobre preparar una «intervención» relacionada al medio ambiente. Una obra de teatro, o una canción, o dibujos o un gran etcétera. En la escuela hay muchos chicos que son músicos, que pintan, que bailan o que están involucrados en algún arte similar; entonces querían ver de hacer algo relacionado con el medio ambiente a través del arte.

En «Mariana» estuve con chicos desde los 13 a los 18 años y estuvo muy bueno. Se me pasó volando la clase. Me gustó mucho porque trabajamos los conceptos desde lo personal, desde experiencias vividas y desde nosotros mismos. No es que dimos los conceptos de medio ambiente que se pueden encontrar en cualquier libro.  Además, me sorprendió el respeto que se tienen entre todos y también su buen comportamiento. Era de esperarse que haya alguno que se mande alguna, y como en cualquier escuela, acá también pasó… Pero lo sorprendente fue la forma en la que fue manejado. Los mismos compañeros le dijeron al que se la había mandado que era un desubicado y que deje de boludear, que si no quería estar se vaya afuera pero que no se quede para molestar. También hubo una llamada de atención por parte de Mariana (pero ni ahí tan ofensivo como una escuela tradicional, sino más bien reflexivo) y el chico terminó yéndose del aula y al rato volvió a entrar.

Luego de esta clase, asistí a «Auto-conocimiento», también en el SUM, con Ginés. Pero claro, ¿cómo llegué a esa clase? Cualquiera diría que luego de «Mariana» salí al recreo, después de 5 minutos escuché el timbre y volví al aula a tomar la siguiente materia. Sin embargo, no fue ni parecido. Sino que cuando salgo de la clase de «Mariana» me comentan «la oferta» de clases que hay para elegir y entre ellas estaba «Auto-conocimiento», que fue la que elegí, y estaba por empezar en unos minutos. Pasados esos minutos, la clase empezó. Sin timbre ni nada que se le parezca. Los chicos ya saben a qué hora, qué día y en qué aula se da cada materia y además hay un pizarrón que informa sobre ésto. Encima, como son ellos quienes se organizan las materias a las que asisten, ya lo saben de ante-mano. Así y todo, son chicos. Entonces, a veces hay que recordales en qué grupo está cada uno o mejor aún, diseñar una estrategia para que la clase les interese más que ir a jugar al fútbol, tocar la guitarra, o no hacer nada por ejemplo. Eso es fascinante para mi porque los chicos están en el aula porque quieren estar, porque quieren aprender y no porque son obligados, entonces prestan atención y aprenden porque básicamente, quieren aprender.

La charla con Ginés sobre «Auto-conocimiento» me ecantó. Hablamos sobre el control de las emociones, sobre cómo funciona nuestro cuerpo ante la ira y como aprender a controlarlo. «¿Qué pasa cuando tenemos miedo? ¿Qué es el riesgo de muerte?» y otras preguntas más muy interesantes fueron tratadas en esa clase. La participación de los chicos era emocionante. Todos hablando con todos naturalmente y con respeto: uno habla, los otros hacen silencio. Hablamos sobre aprender a escucharse a uno mismo, a sentir el propio cuerpo y a entender porqué uno reacciona como reacciona ante determinadas situaciones, a veces extremas.

Luego de tanta charla, sentía un poco de fiebre por «lo tradicional», soy un bicho antiguo. «Quiero ir a una materia común, algo que yo haya tenido en mi escuela», le decía a Ginés y a los chicos. «Podés ir a Matemática o a Lengua ahora». «Waa! Genial! Quiero ir a Matemáticas» -dije. Y sí, ¿qué podía elegir yo entre esas opciones?. Así que, averigué dónde era y a qué hora y ahí estaba en un aula un poco más «clásica», de alguna manera, con bancos y sillas pero ubicados en ronda (así todos se pueden ver las caras). Esperé un poquito a que empiece la clase ya que el profesor estaba preparando el cañón para mostrar algunas cosas y al finalizar comenzó. Tuve la mala suerte de presenciar una clase atípica de Matemáticas ya que desde el Ministerio de Educación le habían enviado una especie de censo / evaluación que los chicos tienen que hacer y eso fue medio revolucionario para ellos, ya que no tienen evaluaciones ni calificaciones. Así bueno, bajo el lema «es una exigencia del Ministerio y lamentablemente, algo tenemos que hacer» nos pusimos a trabajar en lo que sería una simulación de esa evaluación entre todos, leyendo el enunciado en voz alta y comentando la lógica usada para resolverlo entre todos.

La clase estuvo buena, pero como no fue normal, estaba media trabada. Además, había chicos de 13 y de hasta 17 años (no eramos muchos, más o menos 6) entonces el conocimiento sobre Matemática era muy variado. Sin embargo, uno podría pensar que el que más sabía era el de 17, pero no era así, el chico de 13 tenía mucha habilidad para razonar rápidamente y hasta me sorprendió un poco. 13 años… Me acuerdo que cuando rendí el nivelatorio para entrar en la secundaria quedé en el nivel más bajo 😛

En un momento, apareció un ejercicio que tenía una parábola simple (era y = -3x^2) en un eje de coordenadas y había que elegir entre las opciones cuál era la correcta. Empezamos a resolverlo y cuando apareció el término «eje de coordenadas» y los chicos hicieron cara media rara, el profesor preguntó: «¿Saben lo que es un eje de coordenadas?» y le dijeron que no. Ahí me pasaron varias cosas por la cabeza y que todavía estoy procesando. Primero pensé: «Waaa! No saben lo que es un eje de coordenadas. Hay algunos que están en el último año acá» y como que me asusté un poco. Después me pregunté: «En mi último año, ¿yo sabía lo que era un eje de coordenadas?» y sí, sabía. De hecho, veníamos trabajando con funciones desde 4to año. Después pensé: «¿Y yo quién creo que soy? Ni que fuese un ejemplo a seguir». Y así, entre preguntas, respuestas y más preguntas llegué a pensar que es mucho más importante tener la capacidad de tomar decisiones, poder elegir entre muchas opciones, ser respetuoso, ser buena persona, controlar las emociones, aprender a ser libre, charlar sobre medio ambiente con altura y/o hablar sobre filosofía que tener el conocimiento llano de qué es un eje de coordenadas que se puede aprender de cualquier libro en cualquier momento. Trabajar en estos pensamientos me voló la cabeza.

Así y todo, cuando saltó «el problema» de que los chicos no sabían qué era un eje de coordenadas, el profesor tomó las riendas y en el medio de ese ejercicio les preguntó si querían saber qué era un eje de coordenadas, y como los chicos le contestaron que sí, se mandó una explicación con ejemplos y demás. La idea original de él era saltear el ejercicio y seguir con otro, pero como los chicos estaban interesados en eso, se desarrolló el tema.

Luego de la clase de Matemáticas ya estábamos cerca de la hora de volver a casa, así que me quedé charlando un rato con los chicos sobre la programación y el circo y quedamos para hacer un mini-taller el Jueves ya que ese día es de talleres. Yo tenía que llevar mis monociclos y mis clavas y otro chico iba a llevar las suyas así hacíamos pases. ¡Unos genios los chicos!

El Jueves tempranito, salimos para Santa Fe con Melina a ver cómo era esto de «un día completo de talleres» en la escuela. ¿No suena genial la idea?. Como todos los días, ni bien llegamos se hizo el silencio y luego de eso Ginés dio algunas sugerencias de convivencia sobre la higiene del lugar y demás y después arrancó el día con todo. Algunos se armaron una chanchita de fútbol, otros armaron una batería en una salita para tocar, otros se llevaron las guitarras, otros fueron al taller de teatro, otros al de plástica (en el que algunos estaban trabajando con arsilla, otros cociendo y otros bordando) y nosotros luego de chusmear un poquito cada uno de los otros talleres, inflamos los monociclos y nos hicimos un grupito de cirqueros 🙂 . Así que, estuvimos casi toda la mañana ahí ayudando a los chicos con los malabares y con los monociclos. Se re engancharon los chicos y algunos le agarraron la mano bastante rápido a la cosa. Me gustó mucho que se re ayudaban entre ellos para hacer equilibrio y tuve que decir las cosas una sola vez. Estuvo genial eso, me re prestaban atención.

Uno de los chicos que más se enganchó con el monociclo fue Mateo, de 13 años, y le fue bastante bien. Terminó andando agarrado de una pared e intentando largarse solo. ¡Muy bueno! Como estuve bastante tiempo con él ayudándolo con el monociclo, aproveché para hablar sobre su experiencia en la escuela y porqué estaba ahí. Si había ido a otra escuela antes y qué opinaba de las otras. La altura de la conversación era fascinante. Yo le hacía un montón de preguntas e incluso algunas un tanto incómodas y el tipo me contestaba con una tranquilidad terrible, sin ponerse nervioso e incluso a veces me retrucaba y me hacía sentir incómodo a mi.

Cerca del medio día empezamos a juntar nuestras cosas y a guardarlas en el auto como para regresar a Paraná. Charlamos un poco con Ginés antes de irnos y luego emprendimos el viaje de vuelta. La experiencia de haber visitado la escuela fue hermosa. Los chicos son muy buenos chicos y muy respetuosos, pero de igual a igual. No respetuoso en el sentido de tratarme de «usted», sino que eran naturales conmigo y no hacían boludeces o gastadas típicas de esas edades (como bajarle los pantalones a alguno, por ejemplo). Estoy muy contento que existan estas «nuevas» escuelas y que se multipliquen, que se diversifiquen y que existan muchas diferentes propuestas para diferentes gustos y que seamos libres de elegir entre lo tradicional y lo novedoso. Felicitaciones a Ginés y a Nancy que hacen la diferencia de lo posible y a todos los «docentes» de La Cecilia.

4 pensamientos en “La Cecilia: la diferencia de lo posible

  1. Buenísimo el relato humitos, me deja pensando mucho.

  2. gaston dice:

    Que bueno !!! Me encantaría conocer la Cecilia !

  3. Graciela Santi dice:

    Agradezco a Melina que me haya acercado este material, que me resulta tan fuera de lo común al compararlo con nuestras escuelas tradicionales. Me ha gustado, siento que Uds. han vivido una experiencia muy singular. De verdad, me gustaría conocer ese lugar, tener la posibilidad de saber qué fue lo que le dio origen, y qué piensa el MInisterio de Educación de ellos, ya que es tan estructurado por lo menos aquí en las escuelas en las que he trabajado en Rosario. Manuel habla de respeto, qué logro!!! Respetarse naturalmente. Gracias!

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